miércoles, 2 de noviembre de 2011

La desdichada historia sin historia de el ejemplar que nunca fue leído

Damas y caballeros les confesaré mi más intimo secreto: Nunca he sido leído. Sí, lo sé, soy un fracaso. Ya nadie me mira a los ojos, camino cabizbajo, siento que un día de estos moriré de la vergüenza. Soy parte de una edición de 4,000 ejemplares. No dejo de pensar en mis hermanos, esos 3,999 ejemplares, seres tan iguales y tan diferentes dependiendo de su lector, como anhelo esas particularidades de cada uno. Esa dedicación en la primera página, esas páginas subrayadas cariñosamente con marcador por el lector que siente que ha encontrado un tesoro que nunca se planteó buscar, eso olor a su dueño que ahora son también de ellos.

Me rompe el alma el solo hecho de pensar que a alguno de ellos les haya tocado un dueño como el mío,  tan cruel y vil. Perdidos por que su dueño irresponsable lo olvida en cualquier parte; O peor aún, siervo de un ser maligno que se encargará de hacerle la vida imposible, que lo hará sufrir privandole de sus posibles lectores. Oh! eso es tan doloroso para mí, que culpa tiene el pobrecito libro de los males del mundo que le tocaron a su funesto amo, si el lo único que quiere es ser leído tantas veces como sea posible.

Pero también me imagino una vida feliz para algunos de mis hermanos. Los imagino siendo leídos en una biblioteca, recibiendo tiernas caricias de su lector; dormido abrazado de algún voraz lector que fue vencido por el sueño; siendo leídos en parejas, en grupos, en soledad. Pienso en algún afortunado hermano, feliz, por que su lectora, afligida, a roto en llanto y busca consuelo en el ejemplar como si fuera la única cosa que existiera en el mundo. Y es en esta parte cuando sonrío, y me digo a mi mismo, la vida es bella, y quizás algún día una jovencita soñadora, despeinada y con grandes lentes, me tome cuidadosamente, me hojee, me huela y comience a leerme, y través de sus ojos darme cuenta que en mi interior se ha encontrado con un laberinto repleto de emociones, sentimientos, vida, luz, silencios; contadas a través de letras que a su vez se hacen palabras, que a su vez se hacen una tímida sonrisa, que hace su vez se convierten en mi satisfacción. Mientras tanto ruego por que mi dueño no haga lo que hace a diario, arrancarme un hoja mientras grito: no.

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